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“Queridos hijos, mi deseo maternal es que vuestros corazones
estén llenos de paz y que vuestras almas sean puras, para que, en la presencia
de mi Hijo, podáis ver su Rostro. Porque, hijos míos, yo como Madre sé que
estáis sedientos de consuelo, de esperanza y de protección. Vosotros, hijos
míos consciente o inconscientemente buscáis a mi Hijo. También yo, mientras
vivía en el tiempo terreno, me alegraba, sufría y soportaba con paciencia los
dolores, hasta que mi Hijo, en toda su gloria, los suprimió. Y por eso digo a
mi Hijo: “Ayúdales siempre”. Vosotros, hijos míos, con un amor verdadero,
iluminad la oscuridad del egoísmo, que envuelve cada vez más a mis hijos. Sed
generosos: que vuestras manos y vuestro corazón estén siempre abiertos. No
tengáis miedo, abandonaos a mi Hijo con confianza y esperanza. Mirándolo a Él,
vivid la vida con amor. Amar significa darse, soportar y nunca juzgar. Amar
significa vivir las palabras de mi Hijo. Hijos míos, como Madre os digo que
solo el amor verdadero lleva a la felicidad eterna. ¡Os doy las gracias!”
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