Santa Faustina Kowalska, Medjugorje
y varios sacerdotes la guiaron hacia su vocación
No quería ser monja, tuvo novios y dio vueltas por el mundo
hasta que vio que su felicidad estaría en el convento
Marie Elizabeth
pasa ahora su
vida en un tranquilo convento de clarisas de Minnesota en
una vida contemplativa de oración pero no siempre fue así.
Antes corrió
numerosos maratones y recorrió el mundo como especialista médico
pero Dios hizo una historia con ella en la que acabó abrazando la vida
religiosa, no sin una gran lucha interior por su parte.
En su testimonio que relata en Cloistered Life, esta monja
cuenta que ella creía estar muy contenta con su vida. Aparentemente lo
tenía todo, un buen trabajo, hobbies, muchos amigos, dinero, podía viajar…
Corredora de maratones y adicta al
deporte
Durante ocho años trabajó como fisioterapeuta en Minnesota. “Me encantaba correr, de hecho
era un dios para mí. Cuando no estaba trabajando corría. No me costaba trabajo
levantarme a las 3.00 de la mañana para correr 18 millas [29 km] antes de
ir a trabajar. El maratón (algo más de 42 kilómetros)
era mi distancia y corrí ocho de ellos en cinco años.
Aunque se había criado en una familia católica su estilo de
vida le llevó a “abandonar la fe” y a estar en un “punto muerto
espiritual”. Además, después
de la universidad se obsesionó con su aspecto físico, se autoconvenció de
que estaba demasiado gorda y que necesitaba hacer aún más
ejercicio.
Correr y controlar su alimentación y las calorías hasta el
extremo más obsesivo por lo que no era consciente del daño que se estaba
haciendo a sí misma. Una hemorragia interna, una fractura de la pelvis por
estrés y el asma. Esto le provocó y echaba la culpa a Dios de sus problemas
de salud.
A Guatemala a una misión médica
La hermana Marie Elizabeth afirmaba que en ese momento tenía inclinación a
lo que ella llamaba una “misión laica” y le surgió la posibilidad de unirse a un grupo de
médicos que realizaban labores humanitarias en Guatemala.
El problema que había generado en
su cuerpo
“Lo que descubrí allí se convirtió
en un punto de inflexión en mi vida. Sabía que el pueblo de Guatemala era
muy pobre, lo que no me esperaba era su alegría contagiosa. ¿Cómo podían
ser tan felices? Pronto se me hizo evidente dónde estaba la respuesta. Habían encontrado toda su
alegría en una fe profundamente arraigada. Esto me golpeó muy fuerte”.
Pero allí además empezó a abrir los ojos en otro sentido
pues otro voluntario que estaba en este viaje le mostró la obsesión que
tenía con el ejercicio y su cuerpo. “Entonces
me di cuenta de que no podía continuar por ese camino porque me iba a
autodestruir”, confesaba.
Preservar su virginidad
Así fue como poco a poco fue volviendo de nuevo a la fe católica en la que
había sido criada y descubrió a la Virgen María, que fue clave en un
momento concreto de su vida. “Yo tenía un novio en ese momento que no
compartía mi reticencia hacia las relaciones antes del matrimonio. En dos momentos concretos,
María vino a mi rescate y preservó mi virginidad”,
recordaba.
Finalmente dejó
la relación con su novio y aunque sabía que era lo mejor
para ella quedó completamente devastada. Eso le hizo refugiarse más en Dios. Empezó
a ir a misa todos los días y hacer adoración ante el Santísimo.
En ese momento decidió hablar con un sacerdote para
explicarle su relación con la Virgen. Él le preguntó si el Señor podría
estar llamándola a una vida de virginidad. “Yo reaccioné con impulso y mucho énfasis, ‘NO’. Pero
su respuesta fue amable pero inquietante para mí: ‘yo tampoco quería ser
sacerdote al principio pero si es la voluntad de Dios, Él cambiará tu
corazón”.
Medjugorje aparece en su vida
Su proceso de vocación avanzaba sin que ella se diera cuenta. “Mi tío había despertado en
mí interés por un lugar llamado Medjugorje”, contaba esta
religiosa. Así que finalmente acabó yendo de peregrinación a este lugar,
donde le ocurrió algo extraordinario. “Con un sacerdote santo hice la más impresionante
confesión de mi vida. Después de decirle mis pecados, me
hizo agarrar un crucifijo con él y recitar una oración.
Marie Elizabeth afirmaba que “sentí algo muy poderosos
dentro de mí” y salió del confesionario “sabiendo que era una persona diferente. Al día
siguiente en misa, todo estaba ya muy claro para mí. ¡No estaba muerta,
sino viva!”.
Regresó a su casa y se involucró en distintos grupos
católicos. En un viaje de esquí vivió otro momento clave de su vocación: empezó a leer a Santa
Faustina Kowalska y no podía dejar de leer ni de llorar. Ahí comenzó
a plantearse la vida religiosa.
El punto de inflexión
Tres semanas después llegó “el día
que quedará impreso en mi memoria para siempre”. Aquel día pidió a Dios que el sacerdote
que oyera su confesión ese día le ayudara a conocer cuál era la voluntad de
Dios para ella.
“Después de confesar mis pecados le dije al sacerdote que
pensaba que me estaba volviendo loca porque no podía sentir a Dios lo
suficiente y sólo sentía paz durante la misa, en la Adoración o rezando el
Rosario”, contaba la ahora religiosa.
"Pensaba que Dios debía estar
loco"
El sacerdote le dijo tranquilamente que necesitaba “tener una cita con Jesús”
y le invitó a que le acompañara a visitar a las clarisas de Sauk Rapids
donde en el pasado él había sido capellán.
Cuatro días después estaba con el sacerdote en este convento
donde se reunieron con la madre abadesa. Ella les contó su experiencia
durante cincuenta años como monja de clausura. “Yo pensaba que Dios debía
estar loco por pensar en una vida así para mí, que amaba viajar y estar
fuera de casa”.
Sin embargo, Marie Elizabeth confesó que “el Señor es un
Dios de sorpresas” y menos de seis meses después ya estaba como postulante
en el convento. Ahora lleva
años como monja y no echa de menos su vida alocada: “Cada
día es una aventura y Él siempre me desafía y me lleva más allá de lo que
creo que son mis límites”.
“A los ojos del mundo, mi vida se
considera un desperdicio, pero ahora tengo a
Dios, estoy muy satisfecha. Él me ha llamado no a la maternidad física sino
a la espiritual”.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario