¡Convertíos y creed en el
Evangelio! Esta llamada, que hemos leído en el Nuevo Testamento, y oímos con
frecuencia en la Santa Misa, a lo largo del año Litúrgico, y muy especialmente
en el tiempo de Cuaresma; sigue resonando en el fondo de las revelaciones que
Jesús dio a Santa Faustina 1900 años después de su Ascensión al Cielo; unas
veces con fuerza, otras con tristeza, muchas con esperanza, y en todas ellas,
se percibe un anhelo apremiante y amoroso, de que todos, sin excepción,
confiemos en Él, plenamente, sin excusas ni demoras. Que nada de lo que el
mundo ofrece, vale la pena, porque todo es pasajero, intrascendente y sin valor
para Él.
Ser cristiano, no es simplemente
estar bautizado, haber recibido la primera Comunión y el Sacramento de la
Confirmación; recibir los Sagrados Votos Religiosos; o el Sacramento del Orden
Sacerdotal; o creer firmemente en las verdades fundamentales de la Fe cristiana
contenidas en el Credo; y además de todo esto, recibir con frecuencia el
Sacramento de la Reconciliación; o asistir con asiduidad a la Santa Misa y
recibir la Comunión.
Jesús en Sus revelaciones, no
pone ninguna objeción a lo expuesto anteriormente, como es lógico, todo lo
dispuso Él, en el Evangelio; y a sido desarrollado a lo largo de los siglos por
nuestra Santa Madre Iglesia.
Lo que pide, a veces parece
incluso, que nos lo suplica, es que hay que llevarlo a cabo de todo corazón,
con una total confianza en Él, que nos dejemos llevar de Su mano para que todo
lo hagamos por amor a nuestros prójimos y por amor a Él.
Sí, por amor a Él. Pero ¿cómo se
puede amar a alguien que no hemos visto, que no hemos hablado directamente con
él, en fin que no le conocemos a fondo?
¡Claro! que sabemos que es el
Hijo de Dios, que bajó del Cielo, que renunciando a su condición divina, se
hizo hombre, y durante treinta años, vivió en el hogar de José y María, y que
posiblemente trabajó de carpintero.
También sabemos, que una vez
iniciada su vida pública, en los evangelios aparecen numerosos milagros y
enseñanzas en forma de parábolas no siempre fáciles de comprender, y
discusiones con las castas sacerdotales que no aceptaban Sus enseñanzas; y que
todo acabó con su Dolorosa Pasión y Muerte, dando cumplimiento a lo escrito por
los profetas en el Antiguo Testamento.
Y que con su Resurrección y
Ascensión a los Cielos después de entregar al Espíritu Santo a sus discípulos
les dijo: “Id por todo el mundo y enseñad
el Evangelio”
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