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¿Por qué nos pide ser fuertes en
la fe, tener una fe firme, sólida? La respuesta necesariamente se vincula a la
exhortación final: observar, estar atentos a los signos de los tiempos. El
signo más evidente del momento actual es el desconcierto sobre qué creer y qué
no creer o a quién no creer, qué está mal y qué ahora parece estar bien de
aquello que antes estaba mal. La fe está siendo minada en la base misma: en la
Palabra de Dios y en los sacramentos por Él instituidos, comenzando por el más
importante: la Eucaristía. Signo de los tiempos es hacer del dogma un ideal por
pocos alcanzable, desconociendo la gracia y los sacramentos como portadores de
gracia. Signo de los tiempos es la ruptura de la unidad entre dogma y praxis,
entre la ley de Dios y la práctica. Cuando en lo alto de la Iglesia jerárquica,
algunos con patente de teólogos, vienen hablando de la evolución del dogma y
aducen que la pastoral debe adaptarse al tiempo, o sea al mundo, pero, eso sí
–advierten- , sin cambiar el dogma (¡!), evidentemente en la realidad lo que
ocurre es que la fe está siendo atacada por dentro.
En su magnífico libro “Dios o nada”, el Cardenal Robert Sarah
dice: “mientras millares de cristianos mueren cada día por la fidelidad al
Evangelio, en Occidente hombres de Iglesia buscan reducir al mínimo las
exigencias del Evangelio. El verdadero escándalo … es la confusión entre bien y
mal provocada por pastores católicos”.
La misión de la Iglesia, la que nos dio nuestro Señor, no es la
de adaptarse al mundo sino la de convertirlo. “Vayan a todo el mundo y proclamen
el evangelio a toda criatura. el que crea y sea bautizado se salvará.., pero
quien no creerá será condenado” (Mc 16,15-16). Pero,
claro, esas palabras ahora molestan, van contra el sentir y el obrar del mundo.
Los que así piensan y han claudicado arguyen que es cosa de otro tiempo, de
hace dos mil años, hoy se vive de otro modo y para evangelizar hay que
adaptarse a la vida de hoy.
¡Hablar de salvación! ¿Quién se atreve? ¿Cuándo fue la última
vez que han escuchado en una predicación hablar de salvación? Como muy pocos
son los que hablan a los fieles de la realidad del pecado, del mal que a diario
cometemos, de la abominación cometida contra la vida inocente y en las
relaciones contra natura, de la terrible ofensa a la santidad de Dios, entonces
¿qué necesidad hay de salvación? Mientras para algunos miembros de la Iglesia
el único pecado es el social y la culpa del mal la tiene las estructuras de
pecado pero no el pecado personal, otros no se atreven a hablar para no ser
tratados de “fundamentalistas” o de “fariseos” o cosas peores. Como no se habla
de pecado personal, al final el pecado acaba por no existir y si no existe el
pecado tampoco la necesidad de salvación. Inútil entonces el sacramento
penitencial y ¡todos a comulgar! En una palabra, signo de los tiempos es la
apostasía en sus múltiples formas.
P. Justo Antonio
Lofeudo
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