Acabo
de llegar de Medjugorje con un grupo de 25 personas. Ya es la octava
vez que peregrino a aquel lugar mariano. Y fruto de mi experiencia publiqué
en su día un libro en el que intenté comentar la historia de este fenómeno
religioso y los detalles del mismo. Hoy vuelvo sorprendido de nuevo por el
espíritu presente en aquel lugar de Bosnia.
No sé cuántos miles de personas convivimos allí estos días,
y cuantos sacerdotes acompañaban a los peregrinos y administraban el
sacramento de la Penitencia. Colas interminables en todos los
confesionarios estables e improvisados. Ves a la gente con hambre de perdón
y misericordia. Yo fui uno de los que estuve horas atendiendo a los
penitentes. Realmente se goza perdonando en el nombre del Señor, y te hace
feliz contemplar la cara de alegría del que ha puesto sus pecados en manos
de Dios y ha recibido el perdón.
La Eucaristía está en el centro de Medjugorje. La Virgen te
lleva al Señor irremisiblemente. Y la Santa Misa es vivida con el
fervor que se merece Dios por parte de la multitudinaria asamblea. Los
tiempos de Adoración comunitaria, o individual, son esperados con ansia de
estar con Jesús Eucaristía en silencio. Se observa, como siempre, un
profundo recogimiento.
Punto y aparte son las subidas a los montes “sagrados” que
abrazan el vasto valle vestido de verde. La gente se lanza sin pensarlo en
busca de un rato de paz, de un desahogo espiritual, de un tiempo de oración
silenciosa.
Estar un día en Medjugorje es gozar de la vivencia de la fe
en un ambiente en el que se respira paz, respeto y fraternidad cristiana.
La Santa Sede sigue teniendo la última palabra en el juicio
sobre la sobrenaturalidad de las “apariciones” de Medjugorje. Pero es
indudable que este lugar es un verdadero santuario mariano que está
llevando a Dios a muchas almas. Medjugorje es un oasis de paz. Realmente el
Señor y la Virgen están allí, y uno se encuentra con Ellos cada vez que
acude a la cita con buena voluntad.
Autor:
Juan García Inza
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