
“Queridos hijos, mi Hijo ha sido fuente de amor y de luz, cuando
en la Tierra habló al pueblo de todos los pueblos. Apóstoles míos, seguid su
luz. Esto no es fácil: debéis ser pequeños, debéis aprender a haceros más
pequeños que los otros, y con la ayuda de la fe, llenaros de Su amor. Ningún
hombre en la tierra, sin fe, puede vivir una experiencia milagrosa. Yo estoy
con vosotros; me manifiesto a vosotros con estas venidas, con estas palabras;
deseo testimoniaros mi amor y mi preocupación maternal. Hijos míos, no perdáis
el tiempo haciendo preguntas a las que nunca recibís respuesta: al final de
vuestro viaje terreno os las dará el Padre Celestial. Sabed siempre que Dios lo
sabe todo, Dios ve y Dios ama. Mi amadísimo Hijo ilumina las vidas y dispersa
la oscuridad; y mi amor materno, que me trae a vosotros, es indescriptible,
misterioso, pero es real. Yo expreso mis sentimientos hacia vosotros: amor,
comprensión y afecto maternal. De vosotros, apóstoles míos, busco las rosas de
vuestra oración, que deben ser obras de amor; estas son para mi Corazón
maternal las oraciones más queridas, y yo se las presento a mi Hijo, que ha
nacido por vosotros. Él os ve y os escucha; nosotros siempre estamos cerca
vuestro. Este es el amor que llama, une, convierte, alienta y llena. Por eso,
apóstoles míos, amaos siempre los unos a los otros, pero, sobre todo, amad a mi
Hijo: este es el único camino hacia la salvación y hacia la vida eterna. Esta
es mi oración más querida que, con el perfume más hermoso de rosas, llena mi
Corazón. Orad, orad siempre por vuestros pastores, para que tengan la fuerza de
ser la luz de mi Hijo. ¡Os doy las gracias!”
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