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«Este año, centenario de Fátima, tiene
una importancia capital para los creyentes. Observemos atentamente el mensaje
que María le ha dado a los tres pastorcitos y que ha recorrido el siglo XX como
reguero de luz. En Fátima María se presenta como Nuestra Señora del Rosario y
viene para señalar un camino de paz para el mundo entero. Específicamente da un
medio seguro para detener la primera guerra mundial (1914-1918): ¡rezar el
Rosario!
Debe haber una buena razón, esencial, por la cual la Virgen en
todas sus apariciones insiste tanto en que recemos diariamente el Rosario. ¿Por
qué esta tierna súplica incesantemente reiterada? Como Madre que es, conoce la
vía por excelencia para conducir a sus hijos hacia la felicidad. Mucha gente
nunca utiliza esta práctica, algunos directamente la desconocen, y otros
finalmente se han cansado de rezar el Rosario y lo han abandonado. ¡Hay que admitir
por cierto que en esto hay un tesoro escondido no fácil de descubrir! Por eso
les ofrezco esta pequeña explicación: hay dos formas de rezar el rosario una
mala y otra buena; mejor dicho, una débil y otra poderosa.
La manera débil: siento, por ejemplo,
un gran pesar porque uno de mis progenitores está agonizando en el hospital con
grandes sufrimientos. Decido entonces rezar un rosario por él, con la esperanza
de obtener su curación o por lo menos un alivio tangible de sus dolores.
Comienzo por lo tanto a recitar mis “Avemarías” casi
mecánicamente, con mi espíritu tensionado y focalizado en el sufrimiento de mi
ser querido y sobre cómo proceder en este difícil momento. De más está decir
que el Rosario me dejará aún más cansado y preocupado que antes. ¡Una pena
verdaderamente, porque le he dedicado tiempo!
Y la manera poderosa, tal
como la Virgen nos lo enseña con precisión desde hace 35 años. Me encuentro
ante una situación similar: uno de mis progenitores agoniza en el hospital en
medio de grandes sufrimientos. Voy a compartir este pesar con mi Madre del
Cielo. En lugar de encerrarme en mi problema, sencillamente me liberaré de él
entregándoselo, dejándoselo, abandonándolo en su Corazón Inmaculado y le diré:
“¡De ahora en más, Mamá, este problema es TUYO! Es demasiado pesado para mí; tú
te encargarás de él puesto que eres mi Madre. ¿No eres acaso todopoderosa en el
Corazón de Dios? ¡Él no puede negarte nada! Mientras tú te ocupas de mi
problema, mi corazón aliviado se encontrará liberado para poder orar con
serenidad.
Esta oración confiada permitirá que me concentre en Jesús y lo
contemple en las diferentes situaciones de su vida evocadas en cada uno de los
misterios. Por supuesto, antes de pronunciar las oraciones del Rosario, me
detendré para visitar en espíritu el lugar donde aconteció aquel misterio. Es
aconsejable releer el pasaje del Evangelio que relata la escena. Con todo mi
corazón y con la ayuda de mi imaginación, contemplaré a Jesús en aquella
precisa situación, entraré en la escena y participaré de lo que está
aconteciendo.
Supongamos que contemplo el quinto misterio luminoso, la Última
Cena de Jesús; me dirijo a Jerusalén, entro en el Cenáculo, me siento a la mesa
con los apóstoles y participo del festín. ¡También hay un lugar para mí! En
efecto, cuando Jesús les dio a sus amigos su Cuerpo y su Sangre, ya pensaba en
mí, porque en su espíritu divino veía por anticipado todas las comuniones que
recibiría, al igual que las de todos los hombres de todos los tiempos.
Participo por lo tanto del acontecimiento en lo que directamente me concierne.
No se trata de una vieja historia desconectada de mi vida, porque este gesto de
Jesús, Él lo vuelve a realizar ahora para mí mientras yo lo miro y recibo el
mismo fruto que en aquel momento hace 2000 años. Como “nos convertimos en lo
que contemplamos”, todo lo que vive el Corazón de Jesús en aquel instante se
transfunde dentro de mí y de esta manera mi corazón se enriquece con el
ardiente amor que emana del Suyo.
Ahora comprendemos por qué esta oración nos llena de los
sentimientos de Cristo y nos colma de amor hacia el prójimo. Este amor se
traduce luego en acción porque es muy concreto. Así como lo dice la
Virgen: “De
ustedes, apóstoles míos, busco las rosas de su oración, que deben ser obras de
amor; estas son para mi Corazón maternal las oraciones más queridas” (Cada
Avemaría del Rosario es una hermosa rosa que le ofrecemos a María) “ámense siempre los unos a los
otros; y sobre todo amen a mi Hijo: éste es el único camino hacia la salvación,
hacia la vida eterna. Es mi oración preferida porque llena mi corazón de un
magnífico perfume a rosas”.»
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