Solo la verdadera oración,
aquella que es hecha con el corazón, nos llena del Espíritu Santo, que es
la expresión tangible de Dios Amor. Por eso la Madre nos dice: “oren, oren, oren para que
comprendan el amor que tengo hacia ustedes”. Y también
agrega: “Mi amor
es más fuerte que el mal”. Sobre todo el mal que puede
esconderse agazapado en algún rincón de nuestros corazones, ya que sin la
oración no hay conversión permanente; sin oración y reconocimiento de lo
que necesito cambiar, solo hay estancamiento, y el agua estancada termina
pudriéndose.
La oración diaria debe mover permanentemente las aguas de
nuestra alma para que estas no se estanquen y para que no proliferen en
nosotros las bacterias de la pereza, de la indiferencia, del egoísmo y de
la mediocridad, de la avaricia, del resentimiento, de la envidia, de la
incomunicación, de las desconfianzas, de las críticas y de todo aquello que
son grietas o ventanas abiertas por las cuales Satanás puede entrar y
tomar autoridad en nuestras vidas, si nosotros se lo permitimos y le damos
ocasión.
Solo por medio de la verdadera oración: “los invito a todos, hijitos:
oren, oren, oren”, podremos llegar a comprender el
verdadero amor: “comprendan
el amor que tengo hacia ustedes”; y a través del amor que
brota desde adentro hacia afuera, podremos tener victoria contra el
príncipe del mal: “Mi
amor es más fuerte que el mal”.
El amor de la Gospa es más fuerte que el mal, que intentará
por todos los medios, de llevarnos a ser manantiales de agua estancada; el
mal que tratará de dividir y destruir a nuestras familias y comunidades; el
mal que intentará impedir la obra de Dios y los planes de la Reina de la
Paz.
Sin embargo, no dudemos: con Dios y con María somos más que
vencedores. Por lo tanto, aunque tengamos mil batallas, no nos demos nunca
por vencidos; aunque caigamos una y mil veces, levantémonos nuevamente,
reconociendo que hemos pecado, y digamos con confianza: “Con la ayuda de tu gracia
Señor y con la intercesión de tu Madre, hoy comienzo de nuevo”.
Entonces las palabras de la Reina de la Paz, que nos dice: “acérquense a Dios para que
puedan sentir mi gozo en Dios” cobrarán nuevo sentido y
también entenderemos el mensaje de Dios a través del apóstol San Pablo,
cuando dice: “¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la
persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?...
Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó.”
(Rom 8:35 y 37). Y experimentaremos una paz y un gozo tan profundo, que
nada, ni nadie nos lo podrá quitar. Amén.
P.
Gustavo E. Jamut
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