«Sor Briege McKenna nos ha
alegrado con su visita de algunos días en Medjugorje. El último día, como
era la festividad de santa Teresita, nos relató un hecho muy conmovedor que
puede ayudarnos a aprovechar mejor la ayuda del Cielo, especialmente ahora
que la festividad de todos los Santos se aproxima: “Un día, dijo, Jesús me
habló al corazón diciéndome: “Ve a hablar a los sacerdotes y a los
obispos”. Y le respondí: “Señor no, no puedo. ¡Soy tan sólo una simple maestra
de nivel elemental!” Algunos meses más tarde, me encontré con un joven
sacerdote que me dijo: “Sabes Briege, el Señor me puso en el corazón que
debo invitarte a dar un retiro para sacerdotes”. Le respondí: “Seguramente
no se referiría a mí; habrás comprendido mal; soy sólo una maestra de
primaria.” “Tranquilízate, me respondió, estos sacerdotes son como niños,
son muy abiertos y carismáticos”. Tuve que animar aquel retiro para
alrededor de 60 sacerdotes pero sin él, ya que a partir del día siguiente
tuvo que ser hospitalizado. Hasta aquel momento nunca antes había estado
hablando ante sacerdotes. Me encomendé a santa Teresita, y para hacerlo
corto, el retiro fue muy bendecido.
“Algún tiempo después, un obispo de California que había
asistido a ese retiro me invitó a predicar otro en San Diego. Me sentía más
confiada porque el Señor había trabajado muy bien en ocasión de mi primer
retiro. Apenas llegué a este segundo retiro, el monje trapista que estaba a
cargo del mismo me confió: “Te encontrarás con 50 sacerdotes de parroquia,
pero en realidad no quieren estar aquí. Su obispo los ha forzado a venir y
están muy enojados por el hecho de que el retiro sea dado por una religiosa
y te van a destrozar”. Experimenté un combate interior y dije a Jesús: “No
fui yo quien quiso venir aquí, tú me has traído. ¡Haz algo!”
“Al día siguiente me aguardaba una sorpresa: como el monje
trapista tenía que ausentarse, me encomendó todas las conferencias. Los
horribles pensamientos que aquellos sacerdotes tenían sobre mi persona desfilaron
por mi mente”.
“Habiéndome levantado muy
temprano, ya había orado durante varias horas. Como recordaba que en el
campus había una gruta con una estatua de santa Teresita, compré la vela más
grande que pude encontrar y fui a encomendarme a ella: Escucha santa
Teresita. ¡Animar este retiro es para mí peor que ir a la arena de los
leones! ¡Por favor ven conmigo y ayúdame a hablar a estos sacerdotes!”
“Cuando entré en la sala de conferencias, todos los
sacerdotes estaban de brazos cruzados. Manifestaban con su actitud que no
estaban para nada felices de estar allí. No obstante, comencé mi primera
charla. Les di tres charlas aquel día y comprendí que los había conquistado
porque podía ver en ellos una transformación.
Después de la cena, volví a la gruta llevando otra vela que
prendí ante santa Teresita: “Deseo vivamente darte las gracias por haber
estado conmigo durante todo el día”, le dije. Un poco más tarde me
encontré con un “Monseñor” irlandés que me dijo: “Nunca en mi vida me he
sentado para escuchar a una monja. Estaba lleno de resentimiento. Sabes,
esta mañana, nos has dicho que cerráramos los ojos, pero no los cerré;
incliné la cabeza por un momento, pero luego levanté la mirada para ver qué
estabas haciendo”. Luego me preguntó: ¿“Eres devota de santa
Teresita? Sabes no soy alguien que tenga visiones, pero santa Teresita
estaba parada al lado tuyo frente a nosotros cuando nos hablabas y me di
cuenta que estaba allí para ayudarte”.
Y Sor Briege continúa:
“¡Esto
me enseñó mucho sobre los santos! Suelo contar esta historia a los padres
cuando eligen un nombre para sus hijos. Les digo: “Pidan a ese santo que
le dé a su hijo sus propios dones, de manera que ese hijo glorifique a
Jesús como su santo patrono lo glorificaba”. Cuando uno lleva el nombre
de un santo, al santo le gusta mucho acompañar a esa persona y la ayuda a
realizar lo que debe hacer en su vida para alcanzar la santidad. Al invocar
a los santos ellos acuden a nuestro llamado y nos acompañan”.
Este testimonio de Sor Briege, entre tantos otros que ella
guarda en secreto, corrobora la invitación apremiante de la Gospa a que
leamos la vida de los santos y nos encomendemos a ellos. En el plano
espiritual, muchos católicos no utilizan los medios a su alcance y no
aprovechan las inmensas gracias que les son ofrecidas por los elegidos del
Cielo. Por eso, antes de la fiesta de Todos los Santos, en lugar de
coleccionar calabazas, sumerjámonos en la vida de algún santo, ya sea
nuestro santo patrono o algún otro de nuestra elección y pidámosle que
venga en nuestra ayuda. No se trata, por supuesto, de estar a la espera de
una visión de un santo como la tuvo aquel obispo, pero podemos estar
seguros de la respuesta eficaz de ese santo, ya que en el Cielo, los
ángeles y los santos nos aman con el mismo amor de Dios.»
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