
“El día de su ordenación le habían regalado al padre John un
crucifijo de metal que contenía en un lugar escondido un pequeño trozo
(presumiblemente) de la verdadera Cruz. Como tenía serias dudas sobre la
autenticidad de esta reliquia no le prestó mucha atención. La guardó con sus
demás artículos religiosos. Nueve años más tarde, a pedido de su obispo se vio
implicado en oraciones de liberación y de exorcismo. Cierta vez un hombre vino
a pedirle ayuda. Estaba poseído por el demonio desde la época en que
frecuentaba a prostitutas en América del Sur.
En las sesiones de liberación el padre John constató que el
hombre tenía una fuerte aversión por el crucifijo de madera estándar que
utilizaba para bendecir: movía cabeza y cuerpo para que la cruz no tocara su
piel y gritaba cada vez que el padre trazaba sobre él el signo de la cruz con
el crucifijo.
Este comportamiento duró durante los tres primeros encuentros.
Después el padre John recordó el crucifijo de metal que le habían regalado para
su ordenación y para la siguiente sesión tomó consigo aquella pequeña cruz, sin
hacer comentarios sobre la diferencia entre ambos crucifijos ni al equipo que
lo asistía ni al hombre poseído. Tan pronto elevó el crucifijo para bendecir al
poseso, éste se alejó de la Cruz con tanta vehemencia que su sillón se dio
vuelta para atrás y el hombre fue a dar contra la pared distante de varios
metros, pegando grandes alaridos mientras intentaba desesperadamente huir de
aquella cruz. Todos los presentes estaban sorprendidos por esa reacción
extremadamente violenta que superaba por mucho sus manifestaciones en las
sesiones anteriores.

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