«Habitar
plenamente en el seno de la Madre de Dios significa abolir todo miedo a la
muerte, todo temor a este misterioso nacimiento que nos está prometido. Toda
buena madre prepara el nacimiento de su hijo con infinito cuidado, con
inconmensurable ternura. ¡Cuánto más la Virgen María! Ella nos dice: “No, queridos hijos, ¡ustedes no
saben celebrar la muerte de sus seres queridos de manera correcta! Tendrían
que festejar la muerte de sus allegados con alegría, con la misma alegría que
experimentan ante el nacimiento de un niño”. Pero en
nuestro mundo enfrascado en la niebla del materialismo hemos perdido la
perspectiva final de nuestras vidas. Muchas veces la muerte es para nosotros
como si fuera una partida sin retorno, una destrucción sin piedad, un muro
fatal; cuando en lugar de un muro es una puerta, puerta que finalmente se nos
abre a la vida para la cual fuimos creados.
Es por ello que, como apóstoles de la Virgen María, les
propongo que consagremos nuestra muerte a su Corazón Inmaculado y al Corazón
de Jesús a fin de que aquel momento crucial de nuestra existencia ya le
pertenezca plenamente a Dios por las manos de María. Podemos proceder en 4
etapas:
A- Podemos
desde ahora agradecer a Dios por el momento que ha elegido para llevarnos a
Él. Cualquiera sea aquel momento, mañana o dentro de 50 años, digámosle que
confiamos que Él ha elegido el mejor momento para nosotros, en cuanto a
nuestra eternidad.
B- Demos
un paso más y agradezcámosle por la manera que ha elegido para llevarnos con
Él. ¡No nos hagamos ninguna película de aquel momento! ¡Sufriríamos por
anticipado por algo que seguramente no sucederá de esa manera! Por el
contrario, acallemos nuestra imaginación en un acto de total abandono entre
las manos de Aquel que sabe tanto mejor que nosotros lo que necesitamos.
C- Pasemos
a la etapa siguiente y agradezcamos a Dios por el momento que ha elegido para
llevar junto a Él a la persona que nos es más querida. ¿Mañana? ¿Dentro de 50
años? Bendigámoslo, porque esta elección divina es lo mejor para aquella
persona, para su felicidad eterna. En este caso, nuestra gran confianza en
Dios se nutre en el abandono a su santa voluntad de amor.
D- Finalmente
agradezcamos a Dios por la forma que ha elegido para tomar consigo a ese ser
querido.
Para esta entrega se necesita un profundo trabajo interior
porque podemos encontrarnos con fuertes resistencias. Aprovechemos la ocasión
para lanzarnos con la confianza de un niño en los brazos del Padre. Esto
puede demandarnos tiempo, pero con la gracia de Dios y una fe viva,
terminaremos por dar nuestro SÍ. Y el gran regalo que se derivará de ese SÍ,
de ese abandono confiado en los planes divinos, será la sanación de nuestros
temores, de nuestras angustias ante la muerte. Estando entre las manos del
Padre que tanto nos ama, ¿cómo podría paralizarnos el miedo?, ¿cómo podría la
angustia apoderarse de nosotros? Si Jesús cargó sobre sí todos nuestros
agobios en Getsemaní, fue precisamente para liberarnos de ellos.»
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