En el siguiente apartado (D. 1486) Dios
misericordioso dialoga con el alma desesperada.
Jesús: Oh alma sumergida en las tinieblas, no te desesperes, todavía no todo
está perdido, habla con tu Dios que es el Amor y la Misericordia Misma.
Pero, desgraciadamente, el alma permanece sorda ante la llamada de Dios y se
sumerge en las tinieblas aún mayores.
Jesús vuelve a llamar: Alma, escucha la voz de tu Padre
misericordioso.
En
el alma se despierta la respuesta: Para mí ya no hay misericordia. Y cae en las
tinieblas aún más densas, en una especie de desesperación que le da la
anticipada sensación del infierno y la hace completamente incapaz de acercarse
a Dios.
Jesús
habla al alma por tercera vez, pero el alma está sorda y ciega, empieza a
afirmarse la dureza y la desesperación. Entonces empiezan en cierto modo a
esforzarse las entrañas de la misericordia de Dios y sin ninguna cooperación de
parte del alma, Dios le da su gracia definitiva. Si la desprecia, Dios la deja
ya en el estado en que ella quiere permanecer por la eternidad. Esta gracia
sala del Corazón misericordioso de Jesús y alcanza al alma con su luz y el alma
empieza a comprender el esfuerzo de Dios, pero la conversión depende de ella.
Ella sabe que esta gracia es la última para ella y si muestra un solo destello
de buena voluntad aunque sea el más pequeño, la misericordia de Dios realizará
el resto.
[Jesús]: Aquí actúa la omnipotencia de Mi misericordia, feliz el alma que
aproveche esta gracia.
Jesús: Con cuánta alegría se llena Mi Corazón cuando vuelves a Mí. Te veo muy
débil, por lo tanto te tomo en Mis propios brazos y te llevo a casa de Mi Padre.
El alma como si se despertara:
¿Es posible que haya todavía misericordia para mí? Pregunta llena de temor.
Jesús: Precisamente tú, niña Mía, tienes el derecho exclusivo a Mi
misericordia. Permite a Mi misericordia actuar en ti, en tu pobre alma; deja
entrar en tu alma los rayos de la gracia, ellos introducirán luz, calor y vida.
El alma: Sin embargo me invade
el miedo tan sólo al recordar mis pecados y este terrible temor me empuja a
dudar en Tu bondad.
Jesús: Has de saber, oh alma, que todos tus pecados no han herido tan
dolorosamente Mi Corazón como tu actual desconfianza. Después de tantos
esfuerzos de Mi amor y Mi misericordia no te fías de Mi bondad.
El alma: Oh Señor, sálvame Tú
Mismo, porque estoy pereciendo; sé mi Salvador. Oh Señor, no soy capaz de decir
otra cosa, mi pobre corazón está desgarrado, pero Tú, Señor…
Jesús no permite al alma terminar estas
palabras, la levanta del suelo, del abismo de la miseria y en un solo instante
introduce la introduce a la morada de su propio Corazón, y todos los pecados
desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, destruidos por el ardor del amor.
Jesús: He aquí, oh alma, todos los tesoros de Mi Corazón, toma de él todo lo
que necesites.
El alma: Oh Señor, me siento
inundada por Tu gracia, siento que una vida nueva ha entrado en mí, y ante
todo, siento Tu amor en mi corazón, eso me basta. Oh Señor, por toda la
eternidad glorificaré la omnipotencia de Tu misericordia; animada por Tu
bondad, Te expresaré todo el dolor de mi corazón.
Jesús: Di todo, niña, sin ningún reparo, porque te escucha el Corazón que te ama,
el Corazón de tu mejor amigo.
Oh Señor, ahora veo toda mi
ingratitud y Tu bondad. Tú me perseguías con Tu gracia y yo frustraba todos Tus
esfuerzos; veo que he merecido el fondo mismo del infierno por haber malgastado
Tus gracias.
Jesús
interrumpe las palabras del alma y [dice]: No
te abismes en tu miseria, eres demasiado débil para hablar; mira más bien Mi
Corazón lleno de bondad, absorbe Mis sentimientos y procura la dulzura y la
humildad. Sé misericordiosa con los demás como Yo soy misericordioso contigo y
cuando adviertas que tus fuerzas se debilitan, ven a la Fuente de la
Misericordia y fortalece tu alma, y no pararás en el camino.
El alma: Ya ahora comprendo Tu
misericordia que me protege como una nube luminosa y me conduce a casa de mi
Padre, salvándome del terrible infierno que he merecido no una sino mil veces. Oh
Señor, la eternidad no bastará para glorificar dignamente Tu misericordia
insondable, Tu compasión por mí.
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