miércoles, 19 de septiembre de 2012

* CORONILLA DE LA MISERICORDIA - CAP. 3


Jesús conoce perfectamente nuestra naturaleza humana, sabe que por nosotros mismos, sin Su ayuda, al final de nuestra vida, la mayoría de nosotros, estaremos más cerca de la perdición que de la Salvación.

Esta situación, Le causa un sufrimiento tan intenso, como el que padeció durante Su Dolorosa Pasión, según refleja Santa Faustina en diferentes apartados de su Diario.

Sufre…, por cada alma que se pierde, por cada alma que está en peligro de perderse. Porque Él sólo anhela una cosa… ¡que ningún alma se pierda!

Por ese motivo Él, libremente, aceptó en plenitud, el plan de Salvación que Nuestro Padre Dios, había proyectado realizar por medio de Su Único Hijo, y así convertirse en Víctima propiciatoria, para recoger y asumir en Él todos los pecados del mundo, pasados, presentes y futuros, y ofrecer Su Vida en una ignominiosa Pasión y Muerte en la Cruz, y de ese modo, rescatarnos del poder del pecado, que inevitablemente nos conduce a la muerte Eterna en el Abismo infernal.

Por tanto, desde el mismo instante en que Él Resucitó, ¡Todos los Bautizados en el seno de la Santa Iglesia que Él constituyó, estamos salvados! ¡Todos podemos vencer al mal y a la muerte, si confiamos en Él y Le somos fieles!

Jesús nos salvó a todos hace más de dos mil años y desde entonces, sigue salvándonos todos los días. Para ello nos dejó instituido el Sacramento de la Reconciliación y la celebración de la Eucaristía, Memorial de la Muerte y Resurrección de Jesús que se realiza en oblación (ofrenda y sacrificio) al Padre, durante la celebración de la Santa Misa.        

Para poder conseguir Su anhelo, de que ningún alma se pierda, pide, que una vez rezadas las oraciones anteriormente mencionadas, en las cuentas correspondientes al Padre nuestro, se digan las siguientes palabras:

Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero.

Breves palabras, que contienen un profundo e impresionante mensaje de Amor.

Estas palabras que Jesús dice a Santa Faustina a modo de oración, me  recuerdan una frase que he oído en alguna ocasión: “Amar no es dar, es más bien, darse”

Se nos da “Personalmente” en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para que se lo ofrezcamos directamente al Padre Eterno, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero.

“Darse”, es lo que hace Jesús una vez más, a todos los hombres y mujeres, que confían en que Él, es la Fuente de la Misericordia Divina y que sólo en Él, podemos y debemos mantener intacta nuestra salvación.

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