
“Queridos hijos, grandes obras ha hecho en mí el Padre
Celestial, como las hace en todos aquellos que tiernamente lo aman y le sirven
con fe. Hijos míos, el Padre Celestial os ama y por su amor yo estoy aquí con
vosotros. Él os habla, ¿por qué no queréis ver los signos? Con Él todo es más
fácil: el dolor vivido con Él se vuelve más tenue porque existe la fe. La fe
ayuda en el dolor y sin la fe el dolor lleva a la desesperación. El dolor
vivido y ofrecido a Dios enaltece. ¿Acaso no ha sido mi Hijo quien por su
doloroso sacrificio ha salvado el mundo? Como Madre suya estaba con Él en el
dolor y en el sufrimiento, como estoy con todos vosotros. Hijos míos, estoy con
vosotros en la vida, en el dolor, en el sufrimiento, en la alegría y en el
amor. Por eso tened esperanza. La esperanza hace comprender que la vida está
ahí. Hijos míos yo os hablo, mi voz habla a vuestra alma, mi Corazón habla a
vuestro corazón. ¡Oh apóstoles de mi amor!, cuánto os ama mi Corazón materno,
cuántas cosas deseo enseñaros. Cuánto desea mi Corazón materno que estéis
completos, y podéis estarlo solamente cuando en vosotros el alma, el cuerpo y
el amor estén unidos. Os ruego, como hijos míos: orad por la Iglesia y sus
servidores —vuestros pastores; que la Iglesia sea como mi Hijo la desea: pura
como agua de manantial y llena de amor. ¡Os doy las gracias!”
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