
“Queridos hijos, soy Madre de todos vosotros, por eso no tengáis
miedo, porque yo escucho vuestras oraciones. Sé que me buscáis y por eso oro
por vosotros a mi Hijo; mi Hijo que está unido con el Padre Celestial y con el
Espíritu consolador, mi Hijo que guía a las almas hacia el Reino de donde Él ha
venido, el Reino de la paz y de la luz.
Hijos míos, os ha sido dada la libertad de elegir. Por eso yo, como Madre, os
pido que uséis la libertad para el bien. Vosotros, con almas puras y sencillas,
sois capaces de comprender; aunque algunas veces no entendáis las palabras,
dentro de vosotros sentís cuál es la verdad.
Hijos míos, no perdáis la verdad y la verdadera vida por seguir la falsa. Con
la verdadera vida el Reino Celestial entra en vuestros corazones, este es el
Reino del amor, de la paz y de la concordia. Entonces, hijos míos, no existirá
el egoísmo que os aleja de mi Hijo. En su lugar habrá amor y comprensión por
vuestro prójimo.
Por eso recordad -nuevamente os repito-: orar también significa amar a los
demás, al prójimo y darse a ellos. Amad y dad en mi Hijo y Él obrará en
vosotros y para vosotros. Hijos míos, pensad continuamente en mi Hijo y amadlo
inmensamente, así tendréis la verdadera vida y esto será por la
eternidad. ¡Os doy las gracias apóstoles de mi amor!”
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