martes, 14 de mayo de 2013

+ DIVULGACIÓN - CAP. 6


Vivimos en una sociedad, en la que las personas planifican sus vidas, sus prioridades y necesidades de espaldas a Dios o cuando menos sin tenerlo mucho en consideración.

Si así obramos, emprendemos un camino que paulatinamente nos aleja de Él. La consecuencia inmediata, es el debilitamiento progresivo en la fuerza de nuestro espíritu, al tiempo que la razón humana se sobrestima y se impone.

Cuando esto sucede, nos centramos más en nosotros mismos, en lo que queremos, necesitamos, deseamos; sin importarnos demasiado, el bien que dejamos de hacer, o el mal que causamos intentándolo conseguir por cualquier medio.

¿El resultado?, en el mejor de los casos, una posición social buena, un patrimonio que nos haga sentirnos orgullosos, un prestigio profesional o empresarial que nos satisfaga; pero si esto es lo único a lo que aspiramos en la vida y en lo que gastamos nuestro tiempo, jamás conoceremos la alegría de la auténtica felicidad.

Porque aunque nuestra razón humana se encuentre satisfecha, en el fondo de nuestro ser, el espíritu que poseemos es consciente de lo alejados que estamos de Dios, del bien que no hemos hecho, del mal que hemos causado. E inevitablemente razón humana y espíritu entran en conflicto.

Conflicto, en el que, sólo, el Amor Misericordioso de Jesús, puede rescatarnos y salvarnos. Para ello sólo es necesario tomar conciencia del mal camino en el que estamos, y abrir nuestro espíritu y nuestro corazón a la Misericordia Divina, sin ningún miedo.

Porque Jesús nos espera siempre con los brazos abiertos, para que nos reconciliemos con Él.

Jesús no ha venido para castigarnos, sino para salvarnos. Cuanto antes asumamos ésta realidad, más fácil nos resultará la reconciliación con Él.

En el apartado D. 1160 Santa Faustina escribe: Una vez, cuando pregunté al Señor cómo podía soportar tantos delitos y toda clase de crímenes sin castigarlos, el Señor me contestó: Para castigar tengo la eternidad y ahora estoy prolongándoles el tiempo de la misericordia, pero ay de ellos si no reconocen este tiempo de Mi visita. Hija Mía, secretaria de Mi misericordia, no sólo te obligo a escribir y proclamar Mi misericordia, sino que impetra para ellos la gracia para que también ellos adoren Mi misericordia.

No nos dejemos llevar por esa filosofía simplista y equivocada de que vivamos lo mejor que podamos, que son dos días y hay que disfrutar todo lo que podamos.

Es cierto que si comparamos los años de vida del ser humano, con todos los milenios en que hay constancia de la existencia de las personas en éste mundo, son dos días lo que vivimos.

Pero dos días que nos han sido concedidos, para que libremente elijamos que hacer con ellos.

Dice Jesús en el apartado D. 1190.- De todas Mis llagas, como de arroyos, fluye la misericordia para las almas, pero la herida de Mi Corazón es la Fuente de la Misericordia sin límites, de esta fuente brotan todas las gracias para las almas. Me queman las llamas de compasión, deseo derramarlas sobre las almas de los hombres. Habla al mundo entero de Mi Misericordia.

Si nuestra razón humana, nos impide ver las llamas y sentir el calor del Amor Misericordioso de Jesús, habremos pasado por éste mundo sin pena ni gloria; habremos desaprovechado nuestra oportunidad de confiar plenamente en nuestro Salvador, de abrazarnos a su Misericordia divina.

Por eso hay que divulgar incansablemente la Veneración a la Misericordia Divina, dar a conocer las palabras de Jesús, que escribió Santa Faustina e impetrar, es decir pedir con insistencia la gracia de que todos conozcan el Amor Misericordioso de nuestro Salvador.

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