El primer gran regalo que el Hijo Unigénito de Dios,
nos hizo en su día, fue que libremente aceptó bajar del Cielo, para asegurarnos
con Sus Palabras y demostrarnos con Sus Obras, que todos somos hijos de Dios y
que la verdadera “Vida” empieza justo después de la muerte.
“Vida” a la que todos somos llamados, todos somos
esperados, pero no todos llegamos a Ella. Las circunstancias que rodean y
condicionan nuestra vida terrenal, con frecuencia nos conducen a tomar
decisiones equivocadas, que ponen al descubierto nuestra desnudez y miserable
condición humana.
Esto hace que nos comportemos como Adán y Eva, que nos
apartemos, que nos escondamos de Dios, y que, aunque Él nos llame con
insistencia, nos cueste salir al descubierto. Y si nos atrevemos a responder a
Su llamada y salimos, la mayoría lo hacemos, para excusarnos y justificarnos:
Si no me hubieran dicho…, si no me hubieran hecho…, si hubiera pasado tal
cosa…, si no hubiera pasado tal otra… Como Adán y Eva, excusas: “es que la
mujer me dio a comer del fruto del Árbol de la Vida”, “es que la serpiente me
dijo que…”
Excusas y justificaciones…, estoy plenamente
convencido, de que si en lugar de actuar de ésa manera Adán y Eva, conscientes
de su decisión equivocada, hubieran
buscado inmediatamente a Dios y se hubieran arrojado a Sus brazos y se hubieran
acogido a Su infinito Amor, a Su Bondad inagotable, pero sobretodo, a Su
insondable Misericordia, les habría perdonado, les habría reparado el daño
causado y no habrían sido expulsados de Su Presencia.

Religiosos o no, sacerdotes o no, Jesús anhela que
todos aceptemos y acojamos con confianza y agradecimiento el segundo gran
regalo que nos hace del Don de Su Misericordia Divina, y actuemos en
consecuencia.
En el apartado D. 379 Santa Faustina escribe: Durante una adoración Jesús me
prometió: Con las almas que recurran a
Mi misericordia y con las almas que glorifiquen y proclamen Mi gran
misericordia a los demás, en la hora de la muerte Me comportaré según Mi
infinita misericordia.
Mi Corazón sufre, continuaba Jesús, a causa de que ni las almas elegidas
entienden lo grande que es Mi misericordia; en su relación [conmigo] en cierto
modo hay desconfianza. Oh cuánto esto hiere Mi Corazón. Recuerden Mi Pasión y
si no creéis en Mis palabras, creed al menos en mis llagas.
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