En el apartado D. 1448 Jesús le dice a Santa
Faustina: Escribe de Mi Misericordia. Di
a las almas que es en el tribunal de la misericordia donde han de buscar
consuelo; allí tienen lugar los milagros más grandes y se repiten
incesantemente. Para obtener este milagro no hay que hacer una peregrinación
lejana ni celebrar algunos ritos exteriores, sino que basta con acercarse con
fe a los pies de Mi representante y confesarle con fe su miseria y el milagro
de la Misericordia de Dios se manifestará en toda su plenitud. Aunque un alma
fuera como un cadáver descomponiéndose de tal manera que desde el punto de vista
humano no existiera esperanza alguna de restauración y todo estuviese ya
perdido. No es así para Dios. El milagro de la Divina Misericordia restaura a
esa alma en toda su plenitud. Oh infelices que no disfrutan de este milagro de
la Divina Misericordia; lo pedirán en vano cuando sea demasiado tarde.
Jesús conoce bien la condición humana, sabe
perfectamente, dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos, y que por
nosotros mismos estamos abocados a la perdición, porque nos resulta más fácil
dejarnos llevar por las prioridades de la carne e ignorar, incluso anular las
necesidades de nuestro espíritu, que lo único que desea es estar en perfecta
comunión con Dios, del que procede.
El siglo XX, ha sido muy convulsivo, plagado
de revoluciones sangrientas; dos guerras mundiales; varios cracs económicos;
conflictos bélicos de todo tipo que han sido atroces; brutales actos de
terrorismo, etc.
En todos esos acontecimientos es fácil ver la
mano y las intenciones diabólicas de Satanás, señor de la manipulación, la
mentira, la ambición, el poder humano “ficticio”, porque lo único que se
consigue con ése poder humano, es un puesto de privilegio en el Infierno, y
como consecuencia de ello, haber perdido el maravilloso Don de la Vida Eterna a
la que todos somos llamados a disfrutar en la Casa de Nuestro Padre Dios.
Por otro lado la Santa Iglesia, compuesta de
hombres y mujeres, que han sido llamados a salvaguardar, divulgar la Palabra de
Dios, promover la universalidad de la misma y ser la Luz que alumbra éste mundo
de tinieblas, no sólo, no ha podido o no ha sabido mantenerse al margen, sino
que ha tenido que vivir viendo cómo ésa Luz perdía intensidad, porque como dijo
el Santo Padre Pablo VI al finalizar el Concilio Vaticano II “Los humos del
Infierno han entrado en el Vaticano”.
Pero también ha sido un siglo plagado de
testimonios de vida verdaderamente cristiana, donde un sinfín de mártires han
perdido su vida por manifestar su fe, donde ha habido una proliferación de
santos algunos de ellos muy grandes como en el caso del Santo Padre Pío de
Pietrelcina, que durante cincuenta años vivió con los Sagrados estigmas de
Jesús en su cuerpo y del que hay documentados un sinfín de dones, carismas,
milagros, testimonios, brutales luchas encarnizadas con el propio Satanás y con
muchos de sus secuaces, actos de verdadera humildad y obediencia.
Un siglo en el que Jesús a través de Santa
Faustina, se nos ha dado a conocer tal cual Es y ha manifestado cuál es el
auténtico y verdadero sentido de la Misericordia Divina que en Él se
personifica. En el que Su Santa Madre, Nuestra Santa Madre la Virgen María, se
ha aparecido en diferentes lugares y manifestado con frecuencia; en Medjugorje,
lleva más de treinta años, llamándonos a la conversión sincera, pidiéndonos que
nos acojamos al Amor de su Hijo, que nos dejemos amar por Él, que frecuentemos
la confesión para que mantengamos nuestro espíritu limpio de pecado, que
frecuentemos la Eucaristía y participemos de la Santa Comunión, que oremos con
frecuencia el Santo Rosario, que pidamos por la Santa Iglesia, por el Santo
Padre, por todos los sacerdotes y religiosos, por todos nuestros hermanos y que
ayunemos y hagamos actos de misericordia.
Y con un último cuarto de siglo, en el que
hemos sido especialmente bendecidos con un magnífico Vicario de Cristo, el
Santo Padre Juan Pablo II. Un Papa Mariano por excelencia y que al igual que le
sucedió al Padre Sopocko, entendió y se identificó con los mensajes de Jesús a
Santa Faustina, convirtiéndose en el mayor divulgador de la veneración a la
Misericordia Divina; distribuyó millones de estampas con la Imagen de Jesús
Misericordioso, en las que puso estas palabras:” Sed apóstoles de la Divina
Misericordia”. Cumplió con el mayor deseo manifestado por Jesús, la
proclamación de la Fiesta de la Misericordia Divina, el primer domingo después
del domingo de Resurrección, en ésa proclamación que coincidió con la
canonización de la Beata Mª Faustina Kowalska el 30 de Abril del 2000 dijo: “La
luz del mensaje de la Divina Misericordia, confiado a Santa Faustina, iluminará
al hombre del Tercer Milenio”. “Sacerdotes, haced de la Divina Misericordia
vuestro programa sacerdotal en éste tiempo necesitado como nunca”.
Jesús, anticipándose a lo que ocurriría
durante el resto del siglo XX, puso en nuestras manos a través de Santa
Faustina el Remedio que curaría la herida que se estaba abriendo en la
humanidad y que podría llevarla a la destrucción y a la muerte. Ese Remedio
infalible, es la Veneración a la Misericordia Divina.
Juan Pablo II cuando animó a todos los
sacerdotes del mundo, a hacer de la Misericordia Divina su programa sacerdotal,
en ésas breves palabras resumió, magistralmente, los múltiples mensajes de
Jesús dirigidos a Sus representantes y sustitutos, en los que les concede la posibilidad
de ser canalizadores de todos los dones y gracias de salvación que Jesús
concede a cuantos lo necesitan.
En el apartado D. 1521 escribe Santa Faustina:
El Señor me dijo: Hija Mía, no dejes de
proclamar Mi misericordia para aliviar Mi Corazón, que arde del fuego de
compasión por los pecadores. Diles a Mis sacerdotes que los pecadores más empedernidos
se ablandarán bajo sus palabras cuando ellos hablen de Mi misericordia
insondable, de la compasión que tengo por ellos en Mi Corazón. A los sacerdotes
que proclamen y alaben Mi misericordia, les daré una fuerza prodigiosa y ungiré
sus palabras y sacudiré los corazones a los cuales hablen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario