viernes, 8 de marzo de 2013

+ RELIGIOSOS Y SACERDOTES - CAP. 11


En el apartado D. 1448 Jesús le dice a Santa Faustina: Escribe de Mi Misericordia. Di a las almas que es en el tribunal de la misericordia donde han de buscar consuelo; allí tienen lugar los milagros más grandes y se repiten incesantemente. Para obtener este milagro no hay que hacer una peregrinación lejana ni celebrar algunos ritos exteriores, sino que basta con acercarse con fe a los pies de Mi representante y confesarle con fe su miseria y el milagro de la Misericordia de Dios se manifestará en toda su plenitud. Aunque un alma fuera como un cadáver descomponiéndose de tal manera que desde el punto de vista humano no existiera esperanza alguna de restauración y todo estuviese ya perdido. No es así para Dios. El milagro de la Divina Misericordia restaura a esa alma en toda su plenitud. Oh infelices que no disfrutan de este milagro de la Divina Misericordia; lo pedirán en vano cuando sea demasiado tarde.

Jesús conoce bien la condición humana, sabe perfectamente, dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos, y que por nosotros mismos estamos abocados a la perdición, porque nos resulta más fácil dejarnos llevar por las prioridades de la carne e ignorar, incluso anular las necesidades de nuestro espíritu, que lo único que desea es estar en perfecta comunión con Dios, del que procede.

El siglo XX, ha sido muy convulsivo, plagado de revoluciones sangrientas; dos guerras mundiales; varios cracs económicos; conflictos bélicos de todo tipo que han sido atroces; brutales actos de terrorismo, etc.

En todos esos acontecimientos es fácil ver la mano y las intenciones diabólicas de Satanás, señor de la manipulación, la mentira, la ambición, el poder humano “ficticio”, porque lo único que se consigue con ése poder humano, es un puesto de privilegio en el Infierno, y como consecuencia de ello, haber perdido el maravilloso Don de la Vida Eterna a la que todos somos llamados a disfrutar en la Casa de Nuestro Padre Dios.

Por otro lado la Santa Iglesia, compuesta de hombres y mujeres, que han sido llamados a salvaguardar, divulgar la Palabra de Dios, promover la universalidad de la misma y ser la Luz que alumbra éste mundo de tinieblas, no sólo, no ha podido o no ha sabido mantenerse al margen, sino que ha tenido que vivir viendo cómo ésa Luz perdía intensidad, porque como dijo el Santo Padre Pablo VI al finalizar el Concilio Vaticano II “Los humos del Infierno han entrado en el Vaticano”.  

Pero también ha sido un siglo plagado de testimonios de vida verdaderamente cristiana, donde un sinfín de mártires han perdido su vida por manifestar su fe, donde ha habido una proliferación de santos algunos de ellos muy grandes como en el caso del Santo Padre Pío de Pietrelcina, que durante cincuenta años vivió con los Sagrados estigmas de Jesús en su cuerpo y del que hay documentados un sinfín de dones, carismas, milagros, testimonios, brutales luchas encarnizadas con el propio Satanás y con muchos de sus secuaces, actos de verdadera humildad y obediencia.

Un siglo en el que Jesús a través de Santa Faustina, se nos ha dado a conocer tal cual Es y ha manifestado cuál es el auténtico y verdadero sentido de la Misericordia Divina que en Él se personifica. En el que Su Santa Madre, Nuestra Santa Madre la Virgen María, se ha aparecido en diferentes lugares y manifestado con frecuencia; en Medjugorje, lleva más de treinta años, llamándonos a la conversión sincera, pidiéndonos que nos acojamos al Amor de su Hijo, que nos dejemos amar por Él, que frecuentemos la confesión para que mantengamos nuestro espíritu limpio de pecado, que frecuentemos la Eucaristía y participemos de la Santa Comunión, que oremos con frecuencia el Santo Rosario, que pidamos por la Santa Iglesia, por el Santo Padre, por todos los sacerdotes y religiosos, por todos nuestros hermanos y que ayunemos y hagamos actos de misericordia.

Y con un último cuarto de siglo, en el que hemos sido especialmente bendecidos con un magnífico Vicario de Cristo, el Santo Padre Juan Pablo II. Un Papa Mariano por excelencia y que al igual que le sucedió al Padre Sopocko, entendió y se identificó con los mensajes de Jesús a Santa Faustina, convirtiéndose en el mayor divulgador de la veneración a la Misericordia Divina; distribuyó millones de estampas con la Imagen de Jesús Misericordioso, en las que puso estas palabras:” Sed apóstoles de la Divina Misericordia”. Cumplió con el mayor deseo manifestado por Jesús, la proclamación de la Fiesta de la Misericordia Divina, el primer domingo después del domingo de Resurrección, en ésa proclamación que coincidió con la canonización de la Beata Mª Faustina Kowalska el 30 de Abril del 2000 dijo: “La luz del mensaje de la Divina Misericordia, confiado a Santa Faustina, iluminará al hombre del Tercer Milenio”. “Sacerdotes, haced de la Divina Misericordia vuestro programa sacerdotal en éste tiempo necesitado como nunca”.


Jesús, anticipándose a lo que ocurriría durante el resto del siglo XX, puso en nuestras manos a través de Santa Faustina el Remedio que curaría la herida que se estaba abriendo en la humanidad y que podría llevarla a la destrucción y a la muerte. Ese Remedio infalible, es la Veneración a la Misericordia Divina.

Juan Pablo II cuando animó a todos los sacerdotes del mundo, a hacer de la Misericordia Divina su programa sacerdotal, en ésas breves palabras resumió, magistralmente, los múltiples mensajes de Jesús dirigidos a Sus representantes y sustitutos, en los que les concede la posibilidad de ser canalizadores de todos los dones y gracias de salvación que Jesús concede a cuantos lo necesitan.

En el apartado D. 1521 escribe Santa Faustina: El Señor me dijo: Hija Mía, no dejes de proclamar Mi misericordia para aliviar Mi Corazón, que arde del fuego de compasión por los pecadores. Diles a Mis sacerdotes que los pecadores más empedernidos se ablandarán bajo sus palabras cuando ellos hablen de Mi misericordia insondable, de la compasión que tengo por ellos en Mi Corazón. A los sacerdotes que proclamen y alaben Mi misericordia, les daré una fuerza prodigiosa y ungiré sus palabras y sacudiré los corazones a los cuales hablen.

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