Es
grande el sufrimiento que a diario padece Jesús, por la ingratitud y la
desconfianza de todas las almas a Su Misericordia Divina.
Pero
ese sufrimiento se incrementa exponencialmente, cuando la desconfianza proviene
de las almas elegidas por Él.
Almas
que han dedicado su vida al estudio, la formación y la divulgación de la
Palabra de Dios, a administrar los distintos Sacramentos cuando han sido
requeridos para ello, que hacen todo lo posible por dirigir la vida de sus feligreses
para que salven sus almas.

Pero
nunca deben olvidar que por muy representantes y sustitutos que sean de Jesús,
son personas de carne y hueso, y como el resto de los mortales están sujetos a
las limitaciones propias de todos los seres humanos. Con éstas limitaciones
tienen que enfrentarse y luchar contra Satanás, que es un devorador atroz e
incansable de almas.
Es
en ésta lucha interminable, en la que no tienen un solo segundo de descanso,
porque Satanás nunca descansa; donde Jesús espera que sientan y descubran el
inconmensurable refugio del Baluarte de Su Misericordia Divina, se introduzcan
en él, reparen sus fuerzas, curen sus heridas, fortalezcan su espíritu,
afiancen y aumenten su confianza en el Único que les conducirá a la Victoria final.
En
la confianza plena y en la veneración a Su Misericordia Divina, es donde deben
permanecer las almas elegidas, que no quieren fracasar, ni defraudar, ni causar
más sufrimientos a Jesús.
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